miércoles, 30 de diciembre de 2015

La verdad última del binomio

La verdad y los caballos

"Me argüía que, si el uso de la palabra tenía por fin hacer que nos comprendiésemos unos a otros, este fin fracasaba desde el instante en que alguno decía la cosa que no era; porque entonces ya no podía decir que nadie le comprendiese, y estaba tanto más lejos de quedar informado, puesto que le dejaba peor que en la ignorancia, ya que le llevaba a creer que una cosa era negra cuando era blanca, o larga cuando era corta".
                          Jonathan Swift, Viajes de Gulliver
                  Cuarta parte. Un viaje al país de los Houyhnhnms

Deberíamos reconocer que los caballos no nacieron para ser montados.
Podemos empezar por aceptar ese simple hecho. Hacer eso nunca puede ser perjudicial para las personas, ya que no implica nada más que ver la realidad tal como es. A partir de allí hay una gama de posibilidades respecto a la actitud y el accionar que cada uno puede tomar y eso depende, en definitiva, de cada persona. Pero, llegar a esa comprensión ya significaría un gran paso para la relación entre hombre y caballo.
Si buscásemos tratar entender y aceptar, comprenderíamos, y lo obvio no nos resultaría tan extraño. 
La ilusión social generaliza sobre los caballos nos permite transitar sin responsabilidad, y sin culpa por el mundo de las actividades ecuestres. Esta ilusión es reforzada por la ignorancia, los intereses egoístas, comerciales, los miedos o, simplemente, la falta de compromiso o responsabilidad


Solo endúlzame los oídos


Naturalmente todos nos alejamos de lo que es desagradable, y tendemos a acercarnos a lo que es placentero para nosotros mismos. En referencia al caballo, los animales son fieles a esa ley natural y eso les proporciona supervivencia. Por esa simple lógica no es posible que un caballo ame ser lastimado, ser golpeado, ser dañado de ninguna manera. Ningún caballo elige recibir un fuztaso o soportar un peso en su espalda que le produzca incomodidades, picazón, ardor o algún tipo de dolor. No importa que el daño sea momentáneo, imperceptible y a corto plazo.


Los seres humanos somos iguales, no nos atrae lo desagradable, lo que nos produce incomodidad. En el caso del binomio, de la jovencita que está enamorada de su caballo, e incurre en actividades deportivas, recreativas o similares con él, es otro. 


El problema no es la similitud que tenemos con el caballo en este aspecto del rechazo de lo desagradable sino que, a diferencia de los caballos, las personas manejan conceptos y viven guiados por ellos. Tenemos un lenguaje verbal, conceptual, muy desarrollado y dentro de esa riqueza de lenguaje existe algo que se llama mentira o engaño e incluso auto engaño, es aquí donde yace la diferencia con los animales. Los conceptos, la ideas nos generan emociones, que pueden ser agradables o desagradables, alegría, sufrimiento, etc. La mayoría de las personas por esta “ ley basica de la naturaleza”, prefieren creer una mentira si esta es reconfortante como dice H.L. Mencken, Es de naturaleza humana rechazar lo verdadero pero desagradable y abrazar lo obviamente falso pero reconfortante.



Así que hoy andan estos jóvenes y niñas -de todas las edades - creyendo toda clase de mentiras sobre los caballos. Se los ve en las fotografía abrazando sus caballos atados, besando las caras de sus caballos, llenas de hierros en la boca, o mejilla con mejilla. Mientras, dicen que los aman y hacen lo mejor por ellos, creyendo alegremente que sus animales están agradecidos, los quieren y lo disfrutan…

si no fuera tan triste, sería gracioso ¿no?...  








sábado, 26 de diciembre de 2015

Seres improntados



Marcado en el cuerpo

Nosotros, los monos desnudos, tan desconectados de nuestro propio cuerpo, al que consideramos una bestia que hay que domar, controlar y desoir. Tan carentes, desde el nacimiento, del cuerpo de nuestras madres y nuestros seres queridos!
Siempre me asombra cuando escucho a ciertos especialistas hablar sobre el cuerpo del caballo, sobre lo que experimenta o siente. ¡ Un ciego que define colores !



De todas maneras todo lleva a preguntarme si las fuentes de tanta incomprensión respecto de los caballos no serán la mismas que, como cultura, nos marcan en esta gran separación que sentimos de la naturaleza, de nuestra propia naturaleza que es nuestro cuerpo biológico por ejemplo. ¿Podrían también estas actitudes estar relacionadas y reflejadas en la manera en que criamos y tratamos a nuestros propios hijos? La separación inmediata del cuerpo de la madre que padecen los niños al nacer parece ser una clave importante para entender muchas cosas en referencia a este tema1


La puja entre hombre y naturaleza en nuestra cultura tiene larga data y se ve reflejada en las primitivas creencias que dieron origen al pensamiento de occidente y al Patriarcado como hoy lo conocemos, siempre en guerra contra la “Madre Naturaleza”.
Bien conocida es la práctica de los espartanos, los famosos guerreros, de separar a los hijos de sus madres a muy temprana edad para convertirlos en soldados. Esta práctica fue remplazada en el Estado moderno por lo que yo llamaría imprinting humano, pues la encuentro similar al imprinting (impronta) realizado en los potrillos. La idea con los caballos es que una manipulación deliberada del potrillo recién nacido, permite plantar la semilla de un comportamiento deseado ( en este caso sumiso) frente a una situación futura - como en el caso de la manipulación veterinaria. Para esto por ejemplo, se requiere que durante la impronta introduzcamos el dedo dentro de boca, las orejas y el ano de la pequeña criatura recién nacida, pues esto facilitará en el futuro la introducción de distintos elementos. Esta idea, si lo pensamos, tiene su correlato macabro en los bebes humanos, donde es mucho más cómodo, más sutil y políticamente correcto intervenir en el momento del nacimiento 3  Así con una serie de excusas que hemos aprendido a creer, un hombre desconocido nos arranca, recién nacidos del calor, las voces, y la única piel que nuestro cuerpo necesita sentir. La agonía se alarga por lo que parecen ser siglos entre guantes de goma, superficies hostiles y falta de amor hasta que volvemos, al fin manipulados y enfundados en nuestra nueva piel al contacto, sin tacto, del cuerpo materno que nos pertenece. 
Mediante este tipo de impronta de violencia velada -pues hoy día la práctica espartana nos resulta tan desagradable e incorrecta como el trabajo infantil­- se nos dice, claramente, que nuestra vida y nuestro cuerpo ( como el de los caballos) nunca nos van a partenecer del todo, pues deberá estar siempre disponible o al servicio de las instituciones que nos vieron nacer.


1 Bergman afirma que la peor situación que se puede encontrar una criatura al nacer es la separación de la madre; que esta separación es una violación de la criatura humana cuyo programa innato de crecimiento preve el contacto piel con piel con su madre; y que esta violación que sufre la criatura tiene un impacto de por vida. (sic)
...
Si la criatura no recibe amor, no produce amor; su sistema libidinal se estanca, se inhibe, queda reprimido; entonces se produce el contraefecto de esta contención, la agresividad y la violencia. Como la represión del amor se produce de manera invisible, también se hace invisible el origen de la violencia y del fratricidio, lo que permite presentarlos como naturales, e insertar el discurso del tánatos innato, de la naturaleza violenta del ser humano y su predisposición para la guerra. Así es como se puede, sin negar formalmente el amor materno ni la ternura, cambiar la capacidad de amar y la capacidad para la ternura, por la capacidad para dominar y para ejercer la crueldad. Sustraído el sistema libidinal de la organización humana, se introduce la dominación y la guerra."   Casilda Rodrigañez
2  Los pueblos semitas pastores junto con los indoeuropeos conquistaron en oleadas el territorio de la Media Luna Fértil y desde Asia Menor hasta los Balcanes, que era el territorio de los pueblos, ciudades y civilizaciones de la Gran Diosa y obtenían su sustento principalmente de la agricultura. Dice Joseph Cambell, en un breve pasaje donde habla del cambio en el sistema de creencias “ Hammurabi de Babilonia (ca. 1750 a.C.) fue el segundo de estos ilustres reyes guerreros semitas. Del período de su reinado data la epopeya babilónica del dios solar Marduk, cuya victoria sobre Tiamat, la antigua diosa del océano primigenio, marca el momento en el que en esa parte del mundo se produjo el decisivo paso de transferir hacia una variedad de dioses tribales políticamente establecidos la anterior lealtad a la diosa universal de la naturaleza.
Marduk era el dios tutelar de Babilonia, ciudad que había engrandecido Hammurabi. Los dioses más antiguos del viejo panteón eran presa de un miedo abyecto ante la idea de enfrentarse a la tatarabuela de todos ellos, pero entonces el nuevo y joven héroe-dios, salió al encuentro de Tiamat. Ésta profirió gritos agudos y salvajes, tembló y se sacudió hasta lo más profundo de su ser, luego pronunció un hechizo mientras avanzaba hacia él. Sin embargo, Marduk extendió su red y la atrapó, le aplastó el cráneo con su maza inmisericorde, y con su cimitarra la partió en dos mitades como a un pescado. De una mitad hizo la cubierta para el cielo, a fin de que las aguas no pudiesen escapar, y colocó la otra sobre las profundidades abisales. Cuando hubo concluido este trabajo de creación, asignó un lugar a los dioses: a unos el Cielo, a otros la Tierra y el Abismo. Por último, creó al Hombre para que sirviese a los dioses, de modo que éstos reposaran a su gusto.
¡Qué interesante! En la visión más antigua, la diosa Universo estaba viva, ella era orgánicamente la Tierra, el horizonte y los Cielos. Ahora está muerta, y el universo ya no es un organismo, sino un edificio donde los dioses reposan en medio del lujo: no como personificaciones de las energías según su manera de operar, sino como inquilinos de lujo, que requieren criados. Y el Hombre, en consecuencia, ya no es un niño nacido para florecer en el conocimiento de su propia porción eterna, sino un robot diseñado para servir.

3 Esto estaría sembrando las bases para la agresividad y la competencia necesarias para la guerra o una sociedad basada en la competencia y no en la cooperación. Y luego, como en los potrillos, todo estará ahí para ser útil al servicio del sistema. Algo que siempre se había considerado innato se descubre hoy que es y puede ser generado con la separación del bebe del cuerpo de su madre. Dice Casilda Rodrigañez en el prologo de su libro "se ha comprobado que hay un programa neurológico que se pone en marcha en circunstancias de alerta o de defensa, y que automáticamente cierra el programa que regula el metabolismo basal en circunstancias normales; el programa de defensa activa un sistema neuroendocrino y un sistema neuromuscular específicos para que el organismo entero se disponga a huir o a luchar contra la circunstancia desfavorable. Las criaturas separadas de sus madres, se encogen, tiemblan de pánico, descienden la temperatura corporal, sufren alteraciones del ritmo cardíaco y respiratorio, incluso padecen apneas, y, en fin, todo su pequeño cerebro es invadido por descargas de glucocorticoides (cortisol, hormonas del stress...) y de adrenalina (hormonas del miedo), creando una toxicidad neuroquímica que va a ser determinante en la formación de las vías neurales, es decir, en el sistema neurológico y neuromuscular que están en periodo de formación. En otras palabras, va a determinar si la criatura tendrá una estructura caracteriológica para vivir en armonía con sus semejantes o si va a tener una estructura para vivir en tensión y en competencia. “La Represión del deseo materno y la generación del estado de sumisión inconsciente” 

sábado, 19 de diciembre de 2015

Oximoron

“Todo proceso implica romper algo. La tierra debe romperse para producir vida. Si la semilla no muere no hay planta. El pan resulta de la muerte del trigo”  Joseph Cambell

La serpiente que se muerde la cola "Life lives on life. This is the sense of the symbol of the Ouroboros, the serpent biting its tail. Everything that lives lives on the death of something else. Your own body will be food for something else. Anyone who denies this, anyone who holds back, is out of order. Death is an act of giving."
Joseph Campbell

La vida vive de vidas, ese es uno de los hechos cruciales que debemos enfrentar como seres sensibles a los otros y al entorno.
La mayoría de las veces debemos terminar con una existencia para poder vivir, para alimentarnos de ella. Pero hay distintos tipos de maneras de relacionarse con ese hecho y está en nosotros elegir la nuestra. Podemos pensar en el sufrimiento, o en otros aspectos que pueden estar implícitos en el momento en que damos fin a la existencia de una planta o de un animal. Eso es importante, es empático, es responsable, consciente, pero nuestro modo de vivir todo, alimenta y sostiene un sistema que en definitiva está destruyendo el lugar en que vivimos, la trama misma de nuestra existencia y la de otros seres, con los que compartimos nuestro territorio.





Sin muerte no puede haber vida y viceversa. El fin de una existencia es el principio de otra nueva forma. “Poner fin es poner un principio, el fin es el lugar donde empezamos” cantó T S Eliot.

Por eso también, honrar la vida no puede ser otra cosa que honrar la muerte. 

La actitud que tenemos hacia los alimentos no puede ser banal como es en estos días, en que nos hallamos tan desconectados de la naturaleza, que pensamos que nuestra comida, el alimento que nos nutre, viene de el refrigerador o de los supermercados.



Tampoco puede ser dramática pues en la naturaleza la muerte no es un drama, la mayoría de las veces es el comienzo de un nuevo ciclo y la persistencia de la vida. Impedir la muerte es casi impedir la vida misma.

Cosecha de pollos en una "granja"


































Hay una euforia en la muerte en la caza, en la alegría de la supervivencia que asegura el alimento y hay una sombra, una pena que deviene del respeto profundo por la existencia del otro, sea este animal o vegetal